“Hace ya muchas generaciones (no me preguntes cómo me acuerdo de esto) había una raza, subespecie, yo qué sé cómo les dicen ahora, pero el tema es que se llamaban tercermundistas. Los tercermundistas vivían en la selva. Tratábamos de no joderlos demasiado siempre que ellos no nos jodieran a nosotros, pero la cosa es jodida...hay que vivir al lado de esos animales. Pero bueno, el tema es que un día a un grupo de tercermundistas se le ocurrió la maravillosa idea de quejarse de su condición: ¿Por qué ellos, que eran como todos nosotros, decían, tenían que bancarse la naturaleza salvaje mientras nosotros disfrutábamos de un departamento en el piso 36, un televisor plasma y un iPod Touch?
“En ese entonces, entre nosotros había mucha estupidez, y estaba de moda sentirse mal por los que eran aún más estúpidos, pues hacía parecer más inteligentes a nuestros idiotas. Así saltaron Gap, Nike, Apple y un sinfín de marcas más con campañas por el intercambio masivo de mundos: la ciudad por la selva. Decían que sería la cura contra todos los males: el calentamiento global, la falta de crédito en el celular, la gripe porcina (que, luego, se descubrió que era causada por el comunismo), el sexo y la muerte. Finalmente fue así, pero no de la forma en que se esperaba.
“Así que cuando se llevó a votación, el cambio de vivienda ganó por mayoría arrolladora. Los tercermundistas vivirían en las ciudades y nosotros en las selvas.
“Para facilitar el cambio, se formó una coalición de ejércitos con los tercermundistas. Lo que eran sus grupos armados..porque a eso no lo podés llamar ejército. Un ejército tiene un mínimo de organización, esos pibes no tenían la más puta idea: estuvimos varios meses tratando de enseñarle a los más idiotas a no volarse los sesos con un rifle hasta que decidimos que lo mejor era dejar que el problema se arreglara solo.
“Finalmente nos mudamos e instalamos en la selva. Al principio, se desmoronaron todas las falsas esperanzas de los idiotas de que sería divertido, lo que empezó a desembocar en un descontento general, pero nos acostumbramos y adaptamos. A los 6 meses, ya teníamos nuestro primer televisor hecho de lianas, tronquitos y el cuello estirado de un sapo.”
“No, no, pará.” La mujer interrumpe al viejo, cuchillo de picar zanahorias en mano. “Bastantes boludeces te dejo que le digas al nene, pero con esto ya te zarpaste.”
“¿Cómo que boludeces? Si fue así. ¿O vos estuviste allí?”
“No estuve allí, pero tu lengua apestaba a Alzheimer antes de que dejaras de envejecer. Y no importa hace cuánto haya sido, es imposible que hayan hecho un televisor con lianas, tronquitos y un cuello de sapo”
“Qué sabés... yo a tu edad-”
“Vos a mi edad eras un viejo choto. Y siempre vas a ser un viejo choto. Hasta que te acuerdes cómo hacer para morir. Y seguro te olvidás de decirnos y te morís, dejándonos solos y vivos. Completamente al pedo, como tus tercermundistas de mierda.”
“...sos cruel.”
“Y vos inútil.”
El niño, cansado de oírlos seguir discutiendo las mismas cosas por enésima vez, decide crecer y se va de la casa otra vez.
A criar más hijos sin padres.
A olvidarse cómo morir.
Un esclavo más.